sábado, 15 de septiembre de 2012

...estaba en casa...

...todo me sabía mejor. No me había dado cuenta lo mucho que extañaba el espacio que consideré extensión de mi yo hasta ahora que lo volvía a recorrer. El recibidor de siempre, las escaleras blancas coronadas con el tragaluz y su pasillo al final. Las tres puertas; la mía es la primera. Mi habitación me pareció la de siempre, justo como la dejé: las camas gemelas, el tocador, el armario, el montón de cosas en caos armónico personal. Las tres ventanas (¡cómo amaba esas ventanas!), no tenían cortinas. Detrás de ellas ví el jardín trasero y fácilmente reconocí cada una de las plantas. De imprevisto vienieron a mi cabeza los trabajos del sábado para podarlo, el verano con los primos y la manguera, las lluvias de agosto, tender ropa en el pasillo, las iguanas caminando en los límites de la unidad, los zanates que golpeaban los cristales, la nochebuena sin flores, barrer las hojas del bambú, las flores naranjas del framboyán... Sí: estaba en casa y me sentí muy feliz.

Por el color de la luz, me pregunté por la hora. No sabía si estába por llover, por anochecer o amanecer. No sabía cómo había llegado. Busqué mi celular y de inmediato pensé en fotografiar la casa. La última vez que la casa "estuvo puesta", fue antes de la mudanza y tomé fotografías de todo. La mayoría de esas imágenes se velaron así que, ¿por qué no tener otra vez fotos de la casa?

Busqué un ángulo para captar la habitación y es entonces encontré un error. No sé si eran los colores o los objetos... Algo ha cambiado. Conocía muy bien el lugar, pero no parecía el mismo de siempre. Revisé y en el armario no estában las bolsas colgadas, me faltaban algunas cosas. Comencé a tener una extraña sensación de todo esto. Es mi casa, pero había algo diferente.

Recorrí el resto de la casa y descubrí pequeños detalles que sé no tenía: los armarios tiene cortinas de tela de colores, una tina en el baño principal, los focos de los baños eran diferentes al igual que los mosaicos de flores, el balcón a la sala ha desaparecido, el espejo del recibidor era más delgado... Mientras voy fotografiando todo, mi teléfono falló con el error de siempre. Se quedó bloqueado y me enfadé. Y ahora ¿cómo iba a registrar el que la casa estuviera diferente?

En el comedor principal, vi la mesa puesta. No es una fiesta, pero nunca se usó el comedor más que para las celebraciones. ¿Por qué estaría puesto ahora? Hay cinco lugares, como cuando éramos cinco. Hay comida hecha, la que se servía cuando éramos niños. El clima de la sala arrancó y la luz roja de su sistema la veo azul, casi ultramarino. Supe que no era la luz del sol la que producía ese efecto: algo estaba ocurriendo.

Me dirijí a la ventana de la sala (¡cómo amaba esas ventanas!). Afortunadamente tenían sus cortinas color tierno. A lo lejos ví acercarse el coche azul de la familia. ¡Casi 20 años que no lo veía! Verlo sobre las calles de la unidad me hace recordar el sonido de las piedas bajo las llantas y entonces lo supe: yo estoy por llegar a casa y vengo con mi familia. Pero entonces, ¿qué estaba haciendo antes?  Mi teléfono estaba muerto y la casa en completo silencio. Solo se escuchaban los climas ronroneando plácidamente como siempre. Me preguntaba dónde estaba el error en todo esto.

Cuando la Caribe se estacionó frente a la casa, supe que descendería de ella. Pero ¿por qué se estacionó frenta a la casa y no en el garage como siempre? Comencé a tener miedo porque la cotidianeidad se había hecho extraña y mis recuerdos se revolvían con la realidad. Me oculté tras la cortina y mi papá bajó. Llevaba el llavero de siempre, con las llaves de siempre y miró hacia la ventana. Sabía que me podía ver, pero que no se molestaría. Pero yo retrocedí. No supe por qué, pero estaba aterrada.

Corrí a la cocina. Escuché cómo entraba la llave a la cerradura y el pánico se apoderó de mí. No tenían que verme. Abrí la puerta del patio de servicio, aquélla que siempre se arrastró un poquito. Al cerrarla tras de mí, escuché sus voces: sí somos ellos, somos todos ellos, como cuando éramos cinco. Como al abrir una puerta, sentí la tranquilidad de estar llegando a casa, de saber que había  comida rica y lista, de que tendría la tarde libre para jugar, de que no tenía que preocuparme, que todo estaría en paz. Mi yo habló con los demás como cuando era niña, escuché a mis hermanos hacer sus juegos de siempre y el sonido de las puertas de la alacena abrir y cerrarse: la casa estaaba viva. Mi mamá nos llamó a la mesa y la voz de mi papá le contestó. Él sabía que estaba detrás de la puerta y no dijo nada. Era nuestro secreto.

Me desdoblé en mí misma y supe que tenía que volver y dejarme crecer sola porque todo estaría bien. Aunque después no seamos cinco, aunque abandonásemos la casa en unos años. 

De nuevo perdí las fotografías de la casa, pero su impresión se me quedó para siempre.

3 comentarios:

Kazu dijo...

La verdad no sé qué decir, pero lo leí y me quedé de a seis. Saludos Ale.

Kazu dijo...

La verdad no sé qué decir, pero lo leí y me quedé de a seis. Saludos Ale.

Alessa dijo...

Gracias por leer, Kazu. Como siempre, espero esta vez ya sea más constante en escribir; tengo que.